Tu Casa

Conduzco por la Autopista del Sol rumbo a Santiago, en esta cálida y solitaria tarde de enero, se me hace eterno, debo hacerlo lento como una madre que viaja con su bebé, forman una especial sinfonía la música de la radio mezclada con los ruidos de los platos de greda, los de cobre y los de colección que he traído de tantos viajes, los que debo agradecer a la consideración de los ladrones que han visitado nuestra parcela estos dos últimos años y me dejaron algo.


Platos que sellan mis recuerdos de Roma, la Fuente de Trevi, la plaza Navona, la plaza de San Pedro con su columnata de Bernini, la basílica de San Pedro, de Florencia y su catedral, la Piedad en su museo, el baptisterio, la puerta del paraíso, de Venecia el recorrido por el canal grande, la iglesia de Santa María Della Salutte, la plaza de San Marcos y su basílica, el Puente de los Suspiros, de Londres el big ben visto desde la plaza San Jaime o del Parlamento, la Abadía Westminster, todo el entorno en Whitehall, el Palacio de Buckingham, París con sus campos Eliseos, la Torre Eiffel, Versalles con sus majestuosos salones y jardines, la plaza de la Concordia, Notre Dame, el Hotel de Ville, Niza, Mónaco, Innsbruck, que fue lo único que he conocido de Austria, Brujas, a donde prometí volver, Madrid, Toledo, San Sebastián, la Torre de Pisa, Lisboa, Coímbra, Punta del Este, Montevideo, Monterrey, Cancún, Machu Picchu, San Francisco.

 

Platos de tantos lugares y no tengo un plato de nuestro lugar favorito, nuestra parcela en Talagante. Si tuviera que pintar uno de ella en estas líneas, debe ir el verde, el color de la esperanza con que llegué recién casada, donde engendramos nuestra primera hija con la ilusión de verla crecer juntos. Donde me recibió un palto de más de cuarenta años, solitario, alejado del resto de los  que habían hasta ese año, como si hubiese sido una señal de mi soledad de estos días, ese palto nunca se ha rendido frente a una helada como generando calor desde sus mismas entrañas.
También me recibió un caprichoso níspero, cuando menos se espera da frutos, muchos ciruelos que debí arrancar por la peste que según mi cuñada tenían, y amenazaban sus nogales, por milagro renacieron tres, como sospechando que mis primaveras no serían las mismas sin ellos.

Planté limones, naranjos,  rosas, laureles, pinos y dos cipreses que me regaló mi prima de Talca como recuerdo de su matrimonio y son un fiel reflejo de su unión,  han crecido imponentes, planté hortensias traídas del campo de mi abuelita de San Clemente, las que no se dieron del color celeste que yo quería, pero sí un rosa pálido que les sienta bien, planté cedrón cuyo aroma me transporta a la infancia, tú plantaste el  manzano, que da manzanas con especial sabor, mezcla de manzanas con peras, es único, cada vez que lo veo vienen a mi mente Los cantares del rey Salomón, “Como el manzano entre los árboles silvestres es mi amado entre los jóvenes, bajo la sombra del deseado me senté y su fruto fue dulce a mi paladar, me llevó a la casa del banquete y su bandera sobre mí fue amor, sustentadme con pasas, confortadme con manzanas, porque estoy enferma de amor”.


No sé cómo mi auto se condujo hasta aquí,  tampoco podrían faltar las manchas de colores  amarillas y rojas de la música del campo, formada por los pájaros, mi guacamayo y el viento que silba en el camino.


 El café de la greda de mis maceteros traídos desde Pomaire, cuyas flores renuevo todos los años, como ejercicio terapéutico, el barro de mi horno, donde mi madre ha hecho los mejores pasteles de choclo, empanadas y la singular torta de tu cumpleaños el mismo día de la independencia de Chile, para deleitar a tanta visita que aparece como cometa en el verano y en invierno se fuga.


 El azul del cielo cristalino, sobre todo el de verano que se aprecia mejor desde la hamaca debajo del palto, no existe otra puesta de sol más hermosa en esta tierra, ni mejor espejo del cielo visto desde la quietud de la piscina cuando todos la han abandonado.

El blanco de la inocente infancia reflejada en la casa de muñecas de mi Kota, ahora no sólo la acompañan el columpio donde la Kota y Quenito fingían no saber manejarlo solos, para que tú estuvieses siempre dándoles vuelo, como presintiendo que ése sería el mayor recuerdo del que echarían mano en momentos en que necesitan de  tu empuje. Antes de salir al escenario en el Festival de Viña, la Kota me dijo “mami, siento que mi papi empujará el columpio”,  y no tenemos dudas de que así fue.


Le añadí más juegos, que se llenan de sonrisas, cómplices de las travesuras de tantos niños que pasan cada verano por ahí, mi mamá con sus virtuosas manos hizo la fuente de agua prometida, la acompañé con varias estatuas que lijé y pinté de blanco, las manualidades no son mi fuerte, de las que han sobrevivido dos. La Venus fue la última que Manuel rompió cuando la pasó a llevar con la  cortadora de césped, y le dijo al administrador "yo no sé por qué la jefa se enojó tanto, si la mona era manca!.


 El color gris de la campana de sonar perfecto, que nos vendieron como reliquia, según el vendedor había pertenecido a un monasterio franciscano, sonará en otras latitudes, pues me la arrebataron los ladrones, tal como me arrebató tus besos y caricias ese día gris de agosto.

El color turquesa reflejaría nuestra casita de madera que ya superó los 200 metros a puros injertos, separé la cocina del pasillo de acceso por un biombo, que formé con las puertas de roble que te sobraron, cuando demoliste la casa de Colón con Tobalaba, para construir la Automotora Ford y para que veas como todo ha sido tan dinámico desde tu partida, después instalaron una farmacia y ahora una estación de metro, esto último creo durará más tiempo.


El comedor que dejaste embalado ha servido a muchos amigos, esperando que algún día se sienten  nuestro yerno, nuera y nietos como lo planeamos, los durmientes de roble que tenías guardados en Limache se convirtieron  en living, puertas, mesas de arrimo, las maderas de avellano que con celo guardabas para algo especial se convirtieron en un bar precioso, junto al mueble de cocina con mármol que heredaste de tu madre, que tantos recuerdos hermosos te traían, cuéntale ahora que estás a su lado.


¿Por qué un bar si yo jamás he bebido? te preguntarás,  debo decirte que nuestra casa ya no es nuestra, es de muchos, no tuve otro camino que convertirla en centro de eventos, la bauticé “Tu casa” y ha sido testigo de muchas parejas jurándose amor eterno, la gente de hoy se ha vuelto más gringa y se está casando al aire libre, cosa que ha jugado a mi favor, se han bendecido niños, celebrado aniversarios de empresas, seminarios, bodas de plata y oro, esas que nosotros jamás celebraremos.


 Aquí estoy como rindiéndote cuentas por dejar en manos de Silvia y Matías nuestro tesoro, quisiera que me hablaras desde tu tumba o enviaras una señal desde lo alto, que me diga que no estás molesto por esta decisión, pero no tuve otro camino.
Han pasado ocho meses desde esa tarde de enero, aún tengo grabado en mis oídos la sinfonía formada por la música de la radio y el sonido de los platos,  he recibido la señal esperada, desde el vientre de Silvia, comprendiendo que a veces es necesario renunciar a algo, con el fin de no perderlo, manteniendo en mis memorias este plato imaginario, en especial el verde del manzano, confiando que volveré a gozar de sus frutos y descansaré bajo su sombras.


Publicado en " El libro del Taller" , edición 2010.