Bernardita

Amiga necesito escucharte y que me abraces para continuar, tomémonos un café y demos vuelta este mundo en un instante, dejando para más tarde la rutina fría y arrogante. Aunque nos conocimos hace años, la verdad que empezamos a conocernos el día que te encontré acongojada porque debías dejar tu oficina y no tenías donde ir, recordé las palabras de Borges en El Aleph “No me fue difícil compartir su congoja .Ya cumplido los cuarenta años todo cambio es un símbolo detectable en el pasaje del tiempo” y te invité a compartir mi oficina.

 

Aunque no teníamos muchas cosas en común, nos sintonizó enseguida el hecho que ambas habíamos sufrido pérdidas dolorosas y por el hecho de saber que habías vencido el mismo cáncer que se llevó a Queno,  comencé a verte como una vencedora, a admirar tu forma de vivir con tan pocas ataduras, sin casa propia, sin auto, sin ningún patrimonio material, sin marido, sin hijos, más de alguna vez pensé que eras una irresponsable absoluta, que nunca fuiste capaz de ahorrar algo o comprometerte con el amor, pero no eras ni lo uno ni lo otro, si no que tuviste la sabiduría de aprender antes que yo y que muchos, que lo único que cuenta en la vida son las relaciones que somos capaces de construir.
Amaste más de una vez, entregaste tu juventud a un amor clandestino y mágico, lamentaste muchas veces no haberte querido más a ti misma y haber tenido el valor de escapar a tiempo de eso.

 

Nos dedicaste incondicionalmente a tus amigas muchas horas de tu tiempo, aunque nunca conociste los horarios tradicionales, tu trabajo comenzaba a las 13 hrs. Pues te encantaba caminar desde donde vivías hasta la oficina, contemplando el paisaje, siempre tenías algo nuevo que contar, un magnolio que había brotado en algún jardín de alguna casa o el café que descubriste en el camino.
Dos veces lograste convencerme de acompañarte a tus clases de salsa, pues siempre estaba prisionera de mis compromisos laborales, sin embargo tu siempre estuviste dispuesta a acompañarme a las horas más inusitadas, cuando me avisaban que habían entrado a robar a la parcela, a las presentaciones de la Kota, al cementerio, a los estudios bíblicos de los martes, me sorprendió ver tu alegría al integrar parte de ese grupo, las ganas de opinar y compartir que a veces eran tan dilatadas que no dabas espacio a otros para hacerlo, aun así te ganaste la amistad de todas, incluso la de mi madre y mi hija que en un principio se pusieron celosas ya que nos volvimos inseparables.

Prefería llevarte a tu casa en las noches aunque tú insistías en que la noche no te asustaba y luego me arrepentía, porque  era un force que te bajaras del auto, pues siempre tenías alguna historia que compartir o un consejo que darme. Compartimos tantas jornadas excepto  tus carretes, ahí estaban tus amigas de juventud.
Batallabas siempre con tus ataques de epilepsia y ese en especial en que fui a verte a tu casa pude comprender por qué había una distancia tan grande con tu madre y el día que nos encontramos en la junta médica con tu hermana, pude resolver el enigma, distancia que confío hayan acortado en esos últimos días.


Me llamaste llorando cuando recibiste el scanner, te sentí como a mi hija cuando le pasa algo malo y te respondí como a ella, tranquilita voy para allá, volé y nos abrazamos en plena calle Rancagua, creo que es uno de los abrazos más largos que he dado en toda mi vida, quise trasmitirte palabras de aliento y esperanza, pero nos habíamos vuelto tan cómplices en nuestros gestos y miradas que ambas sabíamos que todo era en vano.
Enganche en tus últimas locuras, ayudé a saldar tus deudas pendientes, después de esa íntima conversación a la salida del cine, organicé ese reconocimiento público que te debíamos tus colegas y por fin la Kota te cantó esa canción que tantas veces le habías pedido y juntas organizamos tu aparentemente poca herencia, “tu cartera de clientes” la cual detrás tenía años de sudor y lágrimas,  la cual no quise asumir, recomendándote a la persona apropiada y sin tus padres imaginarlo,  la hija de la que no se esperaba mucho, les permite hoy vivir más holgados.

He cambiado mi ruta de regreso a casa para que no me pese tanto tu ausencia, muchas veces me desgarra la necesidad de oírte hablar, cuanto extraño tu sonrisa, tu mirada serena. Agradezco a Dios tu falta de lucidez en tus  últimos días y que no te enteraras de que ya no te acompañaba esa imagen hidalga, quedaron grabadas en mí tus palabras cuando me presentaste con tu amigo el Dr. Cardemil y le dijiste, “ ella es mi amiga, mi paño de lágrimas” que extraño escucharte eso, si rara vez te vi llorar, era yo la que buscaba tu dulce consuelo en mis momentos amargos.


Sentiré siempre la calidez de tu mano apretando la mía y la mirada fija de tus maravillosos ojos verdes, mientras me decías las últimas palabras que escuché de tu boca “te quiero mucho” ambas sabíamos que esa era nuestra despedida.


Tengo la impresión que allá arriba fuera de encontrarte con tus hermanos, ubicaste a Queno le diste mis mensajes y han confabulado en todo lo que me está sucediendo últimamente.
También agradezco a tus padres que me hayan llamado y permitido verte antes de entrar a ese cajón frió y ajeno a tus gustos, el cual nunca quise mirar, lucias divinamente hermosa y distinguida. Aunque partiste, siempre estás aquí, en ese lugar,  en esa poesía, en esa canción, “Amiga necesito oírte hablar, tomémonos  un café y cambiemos el mundo en un instante, dejemos para después esta rutina fría y arrogante”

 

Publicado en " El libro del Taller" edición 2010